RÍO DE JANEIRO.- Vestido con una camisa roja, Luiz Inácio Lula da Silva volvió a negar ayer las acusaciones de corrupción, y reiteró su intención de volver a la arena política para aspirar a convertirse, por tercera vez, en presidente de Brasil. “Estoy dispuesto a pelear de la misma manera que cuando tenía 30 años”, aseguró Lula, condenado el miércoles en primera instancia a nueve años y medio de cárcel por participar en una enorme trama de corrupción en torno a la petrolera estatal Petrobras.
La posible confirmación en segunda instancia de la sentencia, sin embargo, pone en peligro ese regreso. Aunque anticipada desde hace meses por las investigaciones del caso bautizado como “Lava Jato” (“Lavado de autos”), la condena a prisión contra Lula sacudió a todo Brasil, ya que el mandatario de 71 años sigue siendo muy popular sobre todo entre las clases más pobres.
Lula señaló ayer que apelará una condena y que competirá por la presidencia el año próximo, acusando que los cargos en su contra tienen motivaciones políticas para impedir su participación en las elecciones de 2018.
“Si alguien piensa que con ese fallo me sacaron del juego, sepan que sigo en competencia”, dijo Lula a seguidores en la sede del Partido de los Trabajadores, un día después de que el juez Sérgio Moro emitiera la condena en su contra por aceptar sobornos a cambio de ayudar a una firma de ingeniería a adjudicarse contratos con Petrobras.
Lula dijo que creía en la firmeza de las instituciones, explicando que quería “una policía federal fuerte, un ministerio público fuerte”, pero lamentó lo que a su juicio son mentiras impulsadas políticamente en el caso en su contra. El fallo es una dura derrota para Lula, uno de los políticos más populares de Brasil, y para sus aspiraciones de volver a la presidencia. El ex mandatario aún debe enfrentar otros cuatro procesos y se mantendrá en libertad a la espera de su apelación.
Pero si Lula pierde la apelación no podrá competir por cargos públicos, con lo que la carrera presidencial se quedará sin el candidato más fuerte, abriendo la puerta a candidatos al margen de la clase dirigente que podrían apelar a la molestia de los votantes por la recesión y por la extensa corrupción en la política.
Líder carismático
De orígenes humildes y antiguo líder sindical, el carismático Lula se convirtió en enero de 2003 en el primer presidente obrero de Brasil. Al simbolismo se sumó luego el éxito real de gestión: durante los dos mandatos de Lula, hasta diciembre de 2010, el gigante sudamericano se colocó entre las potencias mundiales tras sacar a millones de personas de la pobreza gracias a un “boom” económico sin precedentes, basado sobre todo en los altos precios del petróleo.
Con Lula, Brasil se afianzó en el grupo de las principales naciones industrializadas del mundo, el G20, y pasó a formar parte del BRICS, el foro de los cinco países emergentes más importantes. “Es el político más popular de la Tierra”, decía en 2009 el estadounidense Barack Obama, respecto al líder brasileño.
A diferencia de su sucesora Dilma Rousseff -destituida en 2016 en un controvertido juicio de “impeachment”-, Lula fue un hábil forjador de compromisos políticos que le permitieron sacar adelante su agenda progresista. Un maestro de la “realpolitik”, consideran sus simpatizantes. Los pactos con el poder económico y político, sin embargo, condujeron en ojos de sus detractores también al contubernio. “Lula se corrompió y corrompió a la sociedad brasileña”, lo acusaba en 2015 Hélio Bicudo, uno de sus antiguos compañeros de batalla. El PT “pasó a ser un partido de los intereses de algunas personas que buscan el poder”, asegura Bicudo, cofundador del partido en 1980.
La fiscalía brasileña acusa a Lula de haber sido el “comandante máximo” de la red corrupta en Petrobras, una trama que desfalcó millones en los últimos años a través de sobornos a empresas interesadas en ganar jugosas licitaciones de la petrolera. (DPA)